31 Mayıs 2016 Salı

Introduccion

Introduccion

 La vida de acá no es sino juego y distracción. Sí, la Morada Postrera es mejor para quienes temen a Dios. ¿Es que no razonáis..? (Corán, 6:32)
older
La mujer que vemos arriba tiene unos setenta años. ¿Se ha preguntado alguna vez cómo evaluaría su vida alguien de esa edad? Si recuerda algo, seguramente dirá: “pasó volando”.
Advertirá que la vida no ha sido “tan larga”, como soñaba en la adolescencia. Posiblemente en su juventud no se le habrá cruzado por la mente que envejecería. No obstante, llegado el momento se verá agobiada por los setenta años o más transcurridos. Quizás en su tierna edad nunca imaginó que la juventud y los deseos se marchitarían tan rápidamente.
Si se le pidiese que contara su historia, posiblemente la relataría en cinco o seis horas: es todo lo que le quedaría de lo que denomina “una larga vida de setenta años”.
La mente de una persona, desgastada con la edad, por lo general está ocupada con muchos cuestionamientos, realmente importantes.Considerarlos y responderlos sinceramente es esencial para comprender todos los aspectos de la vida: ¿Cuál es el propósito de esta vida que transcurre tan rápidamente? ¿Por qué se debería tener una actitud positiva frente a todos los problemas relacionados con la edad? ¿Qué deparará el futuro?
Las posibles respuestas a estas preguntas se ubican en dos categorías principales: las que dan las personas que confían en Dios y las que dan los incrédulos que no confían en El.
Por ejemplo, una mujer que no cree en Dios dirá: “Me pasé la vida persiguiendo aspiraciones vanas. Ya se me fueron setenta años pero en verdad aún no he sido capaz de entender para qué he vivido. Cuando era niña mis padres eran el centro de mi vida. Mi felicidad y goce estaban ligados a su amor. Luego, como joven adulta, me dediqué a mi marido y a mis hijos y me propuse una serie de objetivos. Pero cada vez que lograba concretar uno de los mismos, se me antojaba que era un capricho o un antojo pasajero. Conseguida una meta me dirigía a otra y ocupada en ello no me paraba a meditar sobre el real sentido de la vida. Ahora, con setenta años encima, en la tranquilidad de la madurez, intento descubrir a qué apuntaban mis días transcurridos. ¿Viví para gente de la que actualmente sólo tengo un recuerdo borroso? ¿Para mis padres? ¿Para mi cónyuge, a quien perdí hace años? ¿Para mis hijos, a los que últimamente veo poco porque ya tienen sus propias familias? Me encuentro confundida. Lo único cierto es que me aproximo a la muerte. Desapareceré de este mundo dentro de no mucho tiempo y la gente me recordará poco o nada. ¿Qué sucederá después? En verdad, lo desconozco totalmente. ¡El sólo pensar en ello me espanta!”.
Seguramente hay alguna razón para caer en semejante desazón: la incomprensión de que el universo y todo lo que en él hay tienen determinados fines que se van cumpliendo. Esos fines existen debido a que todo ha sido creado. La persona inteligente advierte que en cada detalle de este mundo infinitamente variado existe un diseño y una sabiduría que lo hace posible. Esto lleva al reconocimiento del Creador y a concluir que por no ser ningún ser viviente la consecuencia de un proceso azaroso, todos sirven a un fin importante. En el Corán, la última guía auténtica revelada a la humanidad para seguir el sendero recto, Dios nos recuerda una y otra vez el propósito de nuestras vidas, aunque es algo que tenemos la tendencia a olvidarlo:
El es Quien ha creado los cielos y la tierra en seis días, teniendo Su Trono en el agua, para probaros, para ver quién de vosotros es el que mejor se comporta…(Corán, 11:7)
Este versículo provee a los creyentes de una comprensión completa del proyecto de la vida, pues saben que este mundo es un lugar en donde van a ser evaluados por su Creador. En consecuencia, esperan ser bien calificados, obtener el contento de Dios y, por ende, el Paraíso.
De todos modos, en consideración de la claridad, debemos tener en cuenta un punto importante: quienes creen en la “existencia” de Dios no necesariamente tienen una fe cierta. Hoy día son muchos los que aceptan que el universo es la creación de Dios pero no son tantos los que entienden lo que ello conlleva. Por lo general la gente piensa que el Señor creó el universo y luego lo dejó librado a su propio andar.
Dios se refiere en el Corán a esa interpretación errónea:
Si les preguntas: “¿Quién ha creado los cielos y la tierra?”, seguro que dicen: “¡Dios!”. Di: “¡Alabado sea Dios!”. No, la mayoría no saben. (Corán, 31:25)
Si les preguntas (a los infieles): “¿Quién os ha creado?”, seguro que dicen: “¡Dios!”. ¿Cómo pueden, pues, ser tan desviados (de la verdad)? (Corán, 43:87)
Debido a esa comprensión equivocada, la gente no vincula las cosas como corresponde. Esta es la razón básica por la que cada individuo desarrolla sus valores y principios personales dentro de una estructura ―cultura, comunidad y familia― en particular. Dichos valores y principios le sirven de “guía para la vida” hasta que le llega la muerte y piensan algunos que cualquier acción errónea será castigada sólo temporalmente en el Infierno, para pasar luego a una vida eterna en el Paraíso. Esa forma de pensar les evita tener en cuenta los castigos dolorosos que podrían presentarse al final de sus vidas. A otros ni siquiera se les ocurre pensar en todo esto y, simplemente, no le dan ninguna importancia al otro mundo y buscan “vivir como más les place”.
Sin embargo, la verdad está en el polo opuesto de lo que piensan. Quienes rechazan la existencia de Dios caerán en una profunda desesperación. El Corán caracteriza a gente así:
Conocen lo externo de la vida de acá, pero no se preocupan por la otra vida. (Corán, 30:7)
Seguramente son pocos los que comprenden el sentido y propósito de este mundo. La mayoría nunca piensa o tiene suficientemente en cuenta que la vida de acá no es perpetua.
Algunas expresiones evidencian la idea que distintas personas tienen sobre la duración de esta vida: “Aproveche todo lo que pueda de esta vida mientras dure”; “la vida es corta”; “no se vive eternamente”. Esta forma de pensar casi desconoce la otra vida y refleja la posición general ante la vida y la muerte. Si se cree que sólo se vive aquí, las conversaciones sobre la muerte siempre son interrumpidas con bromas o planteando otros temas que desvíen la atención de lo serio del asunto. El objetivo siempre es reducir los temas importantes a algo de poca trascendencia.
Seguramente la muerte es una cuestión que merece un examen serio. Puede ser que distintas personas se hayan mantenido inconscientes hasta ahora del significado de la misma. Pero si esa situación se invierte, deben reconsiderar sus vidas y sus expectativas. Nunca es demasiado tarde para arrepentirse frente a Dios y reorientar todas las formas de proceder para ser sumiso a Su voluntad. La vida es corta pero el alma humana es eterna. Durante el breve período de existencia en este mundo no debemos permitir que las pasiones pasajeras nos manejen. Deberíamos resistirnos a ello y mantenernos alejados de todo lo que fortalece la ligazón con lo mundanal. No cabe ninguna duda de que es insensato negar el otro mundo por consideración a los goces temporarios en este.
A pesar de eso, los incrédulos no captan dicha realidad y pasan su vida ignorando a Dios. Pero también saben que es imposible obtener determinadas cosas que desean. Gente así, siempre está disconforme con lo que tiene y siempre quiere más. Sus aspiraciones materiales no tienen límites y lo que logren nunca les satisfará.
Nada es perpetuo en este mundo. El paso del tiempo afecta lo que uno considera “bueno” y “nuevo” materialmente. Apenas se presenta un automóvil nuevo ya está siendo diseñado, fabricado y vendido otro más moderno. Quienes anhelan casas y mansiones opulentas y majestuosas con una enorme cantidad de habitaciones y accesorios de oro y plata, no valoran la morada que tienen y no pueden evitar verse invadidos por la envidia.
Gente así entra en una desesperada carrera por lo materialmente nuevo y mejor, no da ningún valor a lo logrado hasta ese momento y sólo ansía lo más moderno: este es el círculo vicioso que la gente ha experimentado a lo largo de la historia. Pero una persona inteligente debería detenerse y pensar porqué persigue ambiciones temporarias si con ello nunca obtiene beneficios duraderos. En consecuencia, debería sacar la conclusión de que “hay un problema radical con esa forma de pensar”. Desgraciadamente, muchísima gente no razona y continúa persiguiendo sueños prácticamente imposibles de concretar.
Además, nadie sabe, aunque más no sea, lo que le va a pasar en las próximas horas. Se puede sufrir un accidente, una herida seria o una discapacidad permanente. Por otra parte, el tiempo pasa presuroso hacia el fin de la vida. Cada día que transcurre nos acercamos más a ese momento predestinado. Seguramente la muerte erradica todas las ambiciones, codicias y deseos de lo mundanal. Bajo tierra ya no prevalece ninguna posición social o posesión material. Todo lo que tenemos y deseamos de este mundo, desaparece cuando vamos a la sepultura. Independientemente de que se sea pobre o rico, lindo o feo, un día sólo nos cubrirá un ropaje funerario.
Entendemos que este libro ofrece una explicación de la real naturaleza de la vida humana, la cual es corta y engañosa y en la cual las cosas mundanales se presentan fascinantes y prometedoras, aunque lo verdaderamente prometedor está en otro lado. Este escrito, si usted lo acepta, le capacitará para percibir la vida en su auténtica dimensión y le ayudará a reconsiderar los objetivos que se plantea.
Dios convoca a los creyentes a advertir a otros sobre estas realidades y les llama a vivir sólo para cumplir con Su voluntad:
…¡Lo que Dios promete es verdad! ¡Que la vida de acá no os engañe… (Corán, 31:33)

La Vida En Este Mundo

La Vida En Este Mundo

Nuestro universo está perfectamente ordenado. Incontable cantidad de estrellas y galaxias se mueven en órbitas separadas y total armonía. Galaxias, que cuentan con unas 300 mil millones de estrellas cada una, fluyen y se cruzan asombrosamente sin que ocurra colisión alguna en medio de esos gigantescos traslados. Ese orden existente no puede ser atribuido a la casualidad. Más aún, las velocidades de los objetos en el universo están más allá de los límites de nuestra imaginación. Las dimensiones físicas del espacio exterior son enormes comparadas con las que observamos en la Tierra. Estrellas y planetas, con masas de miles de millones y billones de toneladas, así como galaxias que sólo pueden ser dimensionadas con la ayuda de fórmulas matemáticas, se desplazan por sus respectivos senderos a velocidades increíbles.
Por ejemplo, la Tierra rota sobre su eje de modo que los puntos sobre su superficie se mueven a una velocidad media de 1.670 kilómetros por hora. La velocidad media de desplazamiento de la Tierra en su órbita alrededor del Sol es de 108.000 kilómetros por hora. Resulta casi inconcebible este movimiento continuo. La Tierra, junto con el sistema solar, se traslada año a año 500 millones de kilómetros.
La asombrosa conformidad que existe dentro de todos estos movimientos, revela que la vida en la Tierra se basa en un equilibrio muy delicado. Las variaciones más leves, incluso milimétricas, en las órbitas de los cuerpos celestes, tendría como resultado graves consecuencias. Algunas serían tan nocivas, que la existencia en nuestro planeta se volvería imposible. En estos sistemas con estabilidades tan extremas y velocidades tremendas, los accidentes podrían suceder en cualquier momento. Sin embargo, el hecho de que nuestras vidas transcurran regularmente, nos hace olvidar los peligros que hay en el universo. Su actual orden, con un número insignificante de colisiones conocidas, nos hace pensar, sencillamente, que el medio en el que estamos insertos es seguro, estable y perfecto.
La gente no reflexiona mucho sobre estas cosas porque nunca percibe la extraordinaria red de condiciones interconectadas que hacen posible la existencia sobre la Tierra, ni comprende lo importante que es entender el real objetivo de sus vidas. Mientras están sobre el planeta ni siquiera se preguntan cómo se constituyó en algún momento este dilatado y no obstante delicado equilibrio.
De todos modos, el ser humano está dotado con la capacidad de pensar. Sin contemplar conciente y juiciosamente lo que nos rodea, nunca se podrá captar la realidad o tener la más leve idea de porqué el mundo es creado y quién es el que hace que este orden inmenso posea ritmos tan perfectos.
Quien sopesa estas cuestiones y capta su importancia, se encuentra frente a un hecho ineludible: el universo en el que vivimos fue originado por un Creador, cuya entidad y atributos se revelan en todo lo existente. La Tierra, un diminuto punto en el universo, es creada para servir a un propósito significativo. Nada ocurre porque sí en el fluir de nuestras vidas. El Creador, Quien pone de manifiesto Sus atributos, poder y sabiduría en todo el universo, no deja al ser humano librado a su suerte sino que le confiere un propósito emblemático. Dios nos informa en el Corán la razón de la existencia del ser humano:
Es Quien ha creado la muerte y la vida para probaros, para ver quién de vosotros es el que mejor se porta. Es el Poderoso, el Indulgente.(Corán, 67:2)
Hemos creado al hombre de una gota (de esperma), de ingredientes (que componen a la anterior), para ponerle a prueba. Le hemos dado el oído, la vista. (Corán, 76:2)
Y además El nos aclara que nada carece de intención:
No creamos el cielo, la tierra y lo que entre ellos hay para pasar el rato. Si hubiéramos querido distraernos, lo habríamos conseguido por Nosotros mismos, de habérnoslo propuesto.(Corán, 21:16-17)

El Secreto del Mundo

Dios indica para qué está el ser humano aquí:
Hemos adornado la tierra con lo que en ella hay para probarles y ver quién de ellos es el que mejor se porta. (Corán, 18:7)
En consecuencia, Dios espera que seamos Sus siervos devotos a lo largo de nuestras vidas. En otras palabras, el mundo es el lugar en donde se diferencia a los que reverencian a Dios de los que son ingratos con El. Lo bueno y lo malo, lo perfecto y lo defectuoso, es puesto lado a lado en este “ámbito”: el ser humano es probado de muchas maneras. Finalmente, los creyentes serán separados de los incrédulos y obtendrán el Paraíso. Dice el Corán:
¿Piensan los hombres que se les dejará decir: “¡Creemos!”, sin ser probados? Ya probamos a sus predecesores. Dios, sí, conoce perfectamente a los sinceros y conoce perfectamente a los que mienten. (Corán, 29:2-3)
Con el objeto de percatarnos de la esencia de esta prueba, debemos tener una comprensión profunda del Creador, cuya existencia y atributos son revelados en cada cosa del universo. El es el Creador, el poseedor del poder, conocimiento y sabiduría infinitos.
Es Dios, el Creador, el Hacedor, el Formador. Posee los nombres más bellos. Lo que está en los cielos y en la tierra Le glorifica. Es el Poderoso, el Sabio. (Corán, 59:24)
Dios creó al ser humano de la arcilla o barro, le dotó con muchas características y le concedió numerosos favores. Nadie adquiere por sí mismo la visión, la audición, la locomoción o la respiración. Además, esos sistemas complejos ya están presentes en el vientre de la madre, antes de nacer, cuando aún es incapaz de percibir nada del mundo exterior.
world life
Cada persona cree a menudo que ella y su estilo de vida son distintos de los de otros y supone que tiene un lugar y un estatus diferenciado en este mundo. No obstante, se trate de una persona adinerada o pobre, joven o vieja, instruida o analfabeta, ocupa un espacio infinitesimal en el inmenso universo, el océano de miles de millones de estrellas.
Si quien se supone superior mirara la Tierra desde el espacio, reconocería, seguramente, que él no es más que un diminuto punto en el mundo.
La ilustración indica la ubicación de la Tierra en el Sistema Solar, la situación de éste en la Vía Láctea y por último, la posición de nuestra galaxia en el universo.
Cabe esperar entonces que el ser humano, en función de ello, sea un servidor de Dios. Sin embargo, como El lo aclara perfectamente en el Corán, la mayoría de las personas son “malhechoras” y “desagradecidas” con su Creador al rechazar aceptarlo como tal y cumplir con Sus órdenes. Además, el engreído piensa que la vida es larga y que posee la capacidad para sobrevivir por sí solo.
Es por eso que muchos se entregan a “aprovecharla materialmente de manera desaforada” y desconocen o ignoran lo que viene después de la muerte. Se esfuerzan sólo por alcanzar los mejores niveles de vida terrenales. De eso nos habla Dios:
Estos aman la vida fugaz y descuidan un día grave (es decir, el día del Juicio). (Corán, 76:27)
Los incrédulos persiguen por todos los medios los placeres materiales. Pero como dice el versículo, la vida pasa muy rápido. Este es el punto crucial que la gente olvida.
Veamos un ejemplo para mayor claridad.

¿Unos Pocos Segundos o Unas Pocas Horas?

Pensemos en un descanso típico. Después de meses de duro trabajo llegan las vacaciones de dos semanas de duración y nos dirigimos al lugar favorito para el reposo tras un viaje de ocho horas. La sala de recepción del sitio de veraneo está llena de gente que ha llegado con el mismo objetivo. Incluso reconocemos y saludamos a algunas personas. El clima es cálido y no queremos perdernos ni un momento para aprovechar al máximo el sol y el mar calmo. Nos dirigimos presurosos a nuestras respectivas habitaciones, nos cambiamos de ropa y corremos a la playa. Ya disfrutando las aguas cristalinas, somos sobresaltados por una voz que nos dice: “¡Levántate pues llegarás tarde al trabajo!”.
Nos parece un absurdo y por un momento no entendemos qué está sucediendo, pues existe una incomprensible discrepancia entre lo que se oye y lo que se ve. Al despertarnos y vernos en la cama, advertimos muy sorprendidos que todo eso fue un sueño y pensamos: “supuestamente viajé ocho horas para llegar a la playa. A pesar del frío helado de hoy día, en el sueño sentí el calor del sol y que el agua me salpicaba el rostro”.
El viaje de ocho horas hasta el complejo turístico, el tiempo pasado en el lugar de recepción, en resumen, todo lo referido a esas “vacaciones”, en realidad fue un sueño de unos pocos segundos. Aunque no se distinguía de la vida real, lo que se experimentó como algo efectivo no era más que un sueño.
Esto sugiere que, tranquilamente, en algún momento, podemos despertarnos de nuestra vida terrenal, del mismo modo que nos despertamos de nuestro sueño en la cama. En ese momento, seguramente, los incrédulos expresarán exactamente el mismo tipo de asombro que quien suponía estar de vacaciones pero sólo estaba soñando. Puede ser que siempre crean que sus vidas son sumamente prolongadas en el tiempo. No obstante, cuando sean recreados (luego de muertos), percibirán que el período de tiempo que les pareció de 60 – 70 años se presenta como de unos pocos segundos. Dice Dios:
Dirá (Dios): “¿Cuántos años habéis permanecido en la tierra?”. Dirán (los incrédulos y los de poca fe): “Hemos permanecido un día o parte de un día. ¡Interroga a los encargados de contar (es decir, a los ángeles)!”. Dirá (Dios): “No habéis permanecido sino poco tiempo. Si hubierais sabido… (Corán, 23:112-114)
Ya sea que el ser humano tenga 10 ó 100 años, eventualmente, es decir, luego de la muerte y resurrección, comprobará lo corto que es el período de vida, como se relata en los versículos citados. Es el caso de la persona que se despierta y se amarga porque comprueba la desaparición de todas las imágenes agradables de unas largas vacaciones, soñadas en unos pocos segundos. De la misma manera, la brevedad de la vida golpeará al ser humano cuando se dé cuenta de que estuvo “durmiendo” un corto tiempo (aunque cuando “dormía” le parecía lo opuesto). Dios nos lleva a considerar cuidadosamente esta realidad:
El día que llegue la Hora (del Juicio), jurarán los pecadores que no han permanecido (en la sepultura) sino una hora (es decir, en el sentido de un lapso muy breve de tiempo). Así estaban de desviados (ya en la tierra)… (Corán, 30:55)
Tanto los que vivan unas pocas horas como los que lo hagan por setenta años o más, tienen una existencia limitada en este mundo… y lo limitado está condenado a finalizar en algún momento. Se perdure 80 ó 100 años, cada día que pasa nos acerca al momento predestinado. Y esto lo experimenta el ser humano a lo largo de su estadía sobre el planeta. Independientemente de los planes mundanales a largo plazo que proyecte, todo lo que vaya consiguiendo le resultará algo “pasajero”.
Consideremos, por ejemplo, un joven que recién entra a la escuela secundaria. Aunque le parece lejano el momento de graduarse y lo anhela mucho, casi sin darse cuenta ya se está anotando en el colegio superior o universidad. Para entonces, prácticamente casi no se acuerda de un montón de situaciones en la escuela secundaria, preocupado por las cosas de la nueva etapa. Se propone sacar todo el provecho posible de esos preciosos años juveniles para liberarse de los temores por el futuro en lo mundanal y se plantea objetivos en tal sentido. Poco después ya está preparado para casarse, cosa que deseaba con fuerza. El tiempo le transcurre más rápido de lo que esperaba, se transforma en padre de familia, luego en abuelo y más tarde ve como declina su salud. Se va olvidando de los momentos que le produjeron alegría en su juventud y le invade de a poco el decaimiento y la debilidad para recordar. Pierde el interés por las cosas que le obsesionaban en su juventud. Ante sus ojos se despliegan unas pocas imágenes. Se aproxima el momento señalado. Sólo pasarán unos cuantos años, meses o días. Así llega a su fin con un servicio funerario y rodeado por los miembros de su familia y amigos cercanos. Esta es la clásica historia del ser humano, sin excepción. La verdad es que nadie dejará de pasar por dicho proceso.
Desde el comienzo de la historia Dios ha instruido al ser humano acerca de la naturaleza temporal de este mundo y describió la otra vida como la residencia eterna y verdadera de todos. En Su revelación Dios describe muchos detalles del Paraíso y del Infierno. No obstante, el hombre tiende a olvidar esas verdades esenciales y hace todo tipo de esfuerzos sólo por esta vida, aunque sea corta. Unicamente quienes asumen un enfoque racional respecto a lo dicho pueden percibir claramente y ser conscientes del escaso valor de esta existencia, comparada con la eterna. Es decir, el único objetivo nuestro en esta vida es obtener el Paraíso ―un lugar eterno junto a la generosidad de Dios― al que El dota abundantemente de todo lo bueno. El camino exclusivo a seguir es el de la búsqueda de Su contento mediante una fe auténtica. Por otra parte, quienes no meditan sobre el inevitable fin de este mundo y en consecuencia viven equivocadamente, son merecedores de la perdición eterna.
En el Corán se habla del horrendo fin que encuentran estos últimos:
Y el día que les congregue (Dios), será como si no hubieran permanecido más de una hora del día. Se reconocerán. Perderán quienes hayan desmentido el encuentro de Dios. No fueron bien dirigidos. (Corán, 10:45)
Ten (dirigido a Muhammad), pues, paciencia, como la tuvieron otros enviados resueltos. Y no reclames para ellos (es decir, para los infieles) el adelantamiento (del castigo). El día que vean aquello con que se les amenaza, les parecerá no haber permanecido (en la sepultura) más de una hora de día. Este es un comunicado. Y ¿quién será destruido sino el pueblo perverso? (Corán, 46:35)

La Ambición Desenfrenada

Decíamos al principio que el ser humano permanece en este mundo lo que dura un parpadeo. Independientemente de lo que se posea aquí, no se alcanza el deleite verdadero a menos que se tenga fe en Dios y se lo recuerde permanentemente.
Desde el momento en que la persona se hace adulta, anhela riqueza, poder y una posición sobresaliente, aunque, sorprendentemente, sus recursos para ello son limitados. Quienes quieren todo lo que se les ocurre nunca lo conseguirán y siempre les parecerá poco cuanta riqueza, éxito o prosperidad logren. Además, independientemente de lo que se viva, la muerte convierte en sin sentido todos los goces y placeres mundanales.
Los propensos a deseos desenfrenados siempre se sentirán “insatisfechos” y con distintos gustos en cada etapa de sus vidas. Gente así se permite cualquier cosa para cumplimentar sus caprichos, como ser, perder el cariño de sus seres queridos o convertirse en canallas. No obstante, cuando alcanzan algunos de sus objetivos sienten que desaparece la “magia” pues se les pasa de inmediato el interés en lo logrado o empiezan a buscar otro deleite y se esfuerzan al máximo por conseguirlo. Pero apenas lo obtiene la secuencia se repite.
La ambición desenfrenada es la característica típica del incrédulo, rasgo con el que permanece hasta que fallece. La insatisfacción permanente hace que se imponga la codicia y no el contento de Dios. Todo lo que se posee y lo que se invierte para lograr cada vez más, es una razón para la vanagloria y para no prestar atención a los límites señalados por Dios, Quien, a su vez, no permite que gente así logre tranquilidad de conciencia. Dice Dios:
Quienes crean, aquéllos cuyos corazones se tranquilicen con el recuerdo de Dios ―¿cómo no van a tranquilizarse los corazones con el recuerdo de Dios?―,(Corán, 13:28)

Un Mundo Engañoso

El ser humano está rodeado de incontables ejemplos de la perfección de la creación: magníficos paisajes, millones de vegetales distintos, el cielo azul, las nubes cargadas de agua o el cuerpo humano, un organismo extraordinario lleno de sistemas complejos. Los mencionados son ejemplos espectaculares de la creación. El reflexionar sobre ello nos brinda un discernimiento profundo.
Contemplar a una mariposa desplegando sus alas ―dechados de arte y maravillosas expresiones de su identidad― es una experiencia para no olvidar nunca. Asimismo, percibir las plumas tan firmes y lustrosas en la cabeza del pájaro, las que se ven como un terciopelo suntuoso, o los colores atractivos y el perfume de una flor, son cosas admirables para el alma humana.
Casi todas las personas aprecian un rostro bello y anhelan con gran ahínco las mansiones opulentas, los automóviles lujosos y los enseres de oro y plata. Pero sea lo que sea que se ambicione y la belleza que se ostente, están destinados a desparecer en su momento.
Un fruto se oscurece gradualmente y finalmente se deteriora. Las flores poseen su aroma sólo por un tiempo determinado, luego palidecen y más tarde dejan de existir. El rostro más bonito se arruga luego de unas pocas décadas: el efecto del paso de los años sobre la piel y el cabello hace que en la vejez todos nos igualemos por la pérdida de lozanía. Con el transcurrir del tiempo no queda ningún rastro del estado saludable o de las mejillas encarnadas de la adolescencia. Asimismo, los edificios necesitan ser renovados y los automóviles envejecen e incluso se herrumbran. En resumen, todo lo que nos rodea está sujeto a los estragos que produce el paso del tiempo y algunos entienden que se trata de un “proceso natural”. De todos modos, comunica un claro mensaje: “Nada es inmune a los efectos del correr de las horas”.
Cada cuerpo celeste, cada animal, cada vegetal o cada ser humano son mortales. Su número no disminuye con el transcurrir de los siglos debido a los nacimientos, pero ello no debería hacernos ignorar el hecho de la muerte.
verdad
En el Corán, la última revelación auténtica que guía a la humanidad al sendero recto, Dios nos recuerda una y otra vez la naturaleza temporaria de este mundo y nos convoca a ser concientes de ello. En verdad, dondequiera que vivamos, somos vulnerables a los efectos devastadores de este mundo, un fenómeno obvio para quien observa la vida y lo que nos sucede. Las fotos en esta página son una demostración de dicha realidad. Cualquier rincón del planeta, por más solemne que sea, está expuesto a un deterioro inevitable en un corto lapso de tiempo e incluso en un período más breve de lo que se podría esperar.
Al igual que la pasión desbocada, el embelezo por las posesiones y la riqueza tiene una gran influencia sobre nuestra conducta. Pero es necesario comprender algo: Dios es el único propietario de todo. Lo viviente también es propiedad de El y mantendrá la condición de existente mientras ése sea Su deseo, pero perecerá cuando decrete su muerte. Dios nos llama a reflexionar sobre esto:
La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24)
En este versículo se muestra que todo lo que en la tierra parece bonito y bello, perderá su encanto un día y desparecerá como tal. Esto es algo muy importante de sopesar, pues Dios nos informa que El brinda los ejemplos para “gente que reflexiona”. Lo que se espera de la gente capacitada con el razonamiento, es que medite, que saque lecciones de los sucesos y que eso le sirva para fijarse objetivos lógicos en su vida. La “comprensión” y la “reflexión” son rasgos propios del ser humano. Sin los mismos carece de lo que le distingue de los animales y se ubica por debajo de ellos. Estos cumplen muchas funciones que también realizamos nosotros: respiran, procrean y un día mueren. Nunca piensan porqué y cómo nacieron o en que un día morirán. Resulta muy natural que no se ocupen en comprender el real sentido de la vida y que no piensen acerca del propósito de su creación o acerca del Creador.
Tierra
Todo en la Tierra está destinado a perecer. Esa es la verdadera naturaleza del mundo en el que vivimos.
Sin embargo, el ser humano es responsable de desarrollar su conciencia respecto a su Creador a través de tener en cuenta y sopesar Sus órdenes.
Por otra parte, se espera que comprenda que este mundo existe sólo por un período limitado. Quienes lo logren, buscarán la luz y la guía de Dios para dedicarse al bien obrar.
live_dead
De lo contrario, el ser humano sufrirá en este mundo y en el Más Allá. Logrará riqueza pero nunca felicidad. La belleza y la fama, por lo general, acarrean desgracias más que una vida gozosa. Por ejemplo, una persona célebre y que es adulada por sus seguidores, pierde a éstos rápidamente o en breve espacio de tiempo y en muchos casos termina su vida en una habitación sin nadie que la cuide.

Ejemplos en el Corán del Engaño del Mundo

Dios enfatiza repetidamente en el Corán que éste es “un mundo con placeres que están condenados a desparecer”. Nos relata historias de sociedades y personas del pasado que gozaron de riqueza, fama o elevada posición social y no obstante tuvieron un final desastroso. Eso es exactamente lo que les sucedió a los dos hombres mencionados en el capítulo al-Khaf:
Propónles la parábola de dos hombres, a uno de los cuales dimos dos viñedos, que cercamos de palmeras y separamos con sembrados. Ambos viñedos dieron su cosecha, no fallaron en nada, e hicimos brotar entre ellos un arroyo. Uno (de los hombres) tuvo frutos y dijo a su compañero, con quien dialogaba: “Soy más que tú en hacienda y más fuerte en gente”. Y entró en su viñedo, injusto consigo mismo.
Dijo: “No creo que éste (es decir, su viñedo) perezca nunca. Ni creo que ocurra la Hora (del Juicio). Pero, aún si soy llevado ante mi Señor, he de encontrar, a cambio, algo mejor que él (es decir, algo mejor que su viñedo)”. El compañero con quien dialogaba le dijo: “¿No crees en Quien te creó de tierra, luego, de una gota (de esperma) y, luego, te dio forma de hombre? En cuanto a mí, El es Dios, mi Señor, y no asocio nadie a mi Señor. Si, al entrar en tu viñedo, hubieras dicho: ‘¡Que sea lo que Dios quiera! ¡La fuerza reside sólo en Dios!’.
Si ves que yo tengo menos que tú en hacienda e hijos, quizá me dé Dios algo mejor que tu viñedo, lance contra él (el viñedo del compañero) rayos del cielo y se convierta en campo pelado, o se filtre su agua por la tierra y no puedas volver a encontrarla”.
Su cosecha fue destruida y, a la mañana siguiente, se retorcía las manos pensando en lo mucho que había gastado en él: sus cepas estaban arruinadas. Y decía: “¡Ojalá no hubiera asociado nadie a mi Señor!”. No hubo grupo que, fuera de Dios, pudiera auxiliarle, ni pudo defenderse a sí mismo. En casos así sólo el Dios verdadero ofrece amistad.
El es el mejor en recompensar y el Mejor como fin. Propónles la parábola de la vida de acá. Es como agua que hacemos bajar del cielo y se empapa de ella la vegetación de la tierra, pero se convierte (la vegetación) en hierba seca, que los vientos dispersan.
Dios es potísimo en todo. La hacienda y los hijos varones son el ornato de la vida de acá. Pero las obras perdurables, las buenas obras, recibirán una mejor recompensa ante tu Señor, constituyen una esperanza mejor fundada.(Corán, 18:32-46)
La vanagloria de lo que se posee lleva al ridículo. Esta es una ley fija de Dios. La riqueza y el poder El los da como un don y en cualquier momento puede arrebatarlos. La historia de “la gente del Paraíso” que se relata en el Corán, es ejemplo de ello:
Les hemos probado como probamos a los dueños del jardín (a los hombres del relato anterior). Cuando juraron que tomarían sus frutos por la mañana, sin hacer salvedad (es decir, sin añadir piadosamente “si Dios quiere”). Mientras dormían cayó sobre él (es decir, el jardín) un azote enviado por tu Señor y amaneció (el jardín) como si hubiera sido arrasado.
Por la mañana (cuando aún no sospechaban nada), se llamaron unos a otros: “¡Vamos temprano a nuestro campo, si queremos recoger los frutos!”. Y se pusieron en camino, cuchicheando: “¡Ciertamente, hoy no admitiremos a ningún pobre!”. Marcharon, pues, temprano, convencidos de que serían capaces de llevar a cabo su propósito.
Cuando lo vieron (al jardín), dijeron: “¡Seguro que nos hemos extraviado! ¡No, se nos ha despojado!”. El más moderado de ellos dijo: “¿No os lo había dicho? ¿Por qué no glorificáis?”.
Dijeron: “¡Gloria a nuestro Señor! ¡Hemos obrado impíamente!”. Y pusieron a recriminarse. Dijeron: “¡Hay de nosotros, que hemos sido rebeldes (a Dios)!
Quizá nos dé nuestro Señor, a cambio, algo mejor que éste (es decir, algo mejor que su jardín). Deseamos ardientemente a nuestro Señor”. Tal fue el castigo. Pero el castigo de la otra vida es mayor aún. Si supieran… (Corán, 68:17-33)
El ojo atento reconoce de inmediato que Dios, en estos versículos, no nos da ejemplos de ateos. Aquí trata el caso de quienes creen en El pero cuyos corazones se han vuelto insensibles, por lo que no Le son agradecidos ni Le recuerdan. Se enorgullecen de tener lo que Dios les da como favores y olvidan totalmente que esas posesiones son sólo recursos para ser usados en Su camino. De un modo característico, afirman la existencia y poder de Dios, pero sus corazones desbordan de soberbia, ambición y egoísmo.
paisajepaisaje
Propónles la parábola de la vida de acá. Es como agua que hacemos bajar del cielo y se empapa de ella la vegetación de la tierra, pero (la vegetación) se convierte en hierba seca, que los vientos dispersan. Dios es potísimo en todo.(Corán, 18:45)
La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24)
La historia de Coré se narra en el Corán como un arquetipo de la persona materialmente rica. Tanto Coré como los que anhelan su riqueza y posición social, son llamados creyentes que dejaron de lado su religión en función de obtener cosas de este mundo. Eso les llevó a perder las bendiciones del otro mundo, lo cual es una privación eterna:
Coré formaba parte del pueblo de Moisés y se insolentó con ellos. Le habíamos dado tantos tesoros que un grupo de hombres forzudos apenas podía cargar con las llaves. Cuando su pueblo le dijo: “¡No te regocijes, que Dios no ama a los que se regocijan (por los bienes materiales)!
¡Busca en lo que Dios te ha dado la Morada Postrera, pero no olvides la parte que de la vida de acá te toca! ¡Sé bueno (con los otros), como Dios lo es contigo! ¡No busques corromper en la tierra, que Dios no ama a los corruptores!”. Dijo (Coré): “Lo que se me ha dado lo debo sólo a una ciencia que tengo”.
Pero ¿es que no sabía que Dios había hecho perecer antes de él a otras generaciones más poderosas y opulentas que él? Pero a los pecadores no se les interrogará acerca de sus pecados (porque Dios los conoce bien). Apareció (Coré) ante su pueblo, rodeado de pompa. Los que deseaban la vida de acá dijeron: “¡Ojalá se nos hubiera dado otro tanto de lo que se ha dado a Coré!
Tiene una suerte extraordinaria”. Pero los que habían recibido la Ciencia, dijeron: “¡Ay de vosotros! La recompensa de Dios es mejor para el que crea y obre bien. Y no lo conseguirán sino los que tengan paciencia”. Hicimos que la tierra se tragara a él (a Coré) y su vivienda.
No hubo ningún grupo que, fuera de Dios, le auxiliara, ni pudo defenderse a sí mismo. A la mañana siguiente, los que la víspera habían envidiado su posición dijeron: “¡Ah! Dios dispensa el sustento a quien El quiere de sus Siervos: a unos con largueza a otros con mesura.
Si Dios no nos hubiera agraciado, habría hecho que nos tragara (la tierra). ¡Ah! ¡Los infieles no prosperarán!”. Asignamos esa Morada Postrera a quienes no quieren conducirse con altivez en la tierra ni corromper. El fin (es decir, el buen fin) es para los que temen a Dios. (Corán, 28:76-83)
La principal mala acción de Coré fue considerarse alguien independiente de Dios. Como sugiere el versículo, él no negaba Su existencia sino que, simplemente, asumía que, debido a sus características superiores, merecía el poder y la riqueza que el Señor le había concedido.
Pero todos en el mundo son siervos de Dios y lo que poseen no lo tienen por algún mérito especial sino que cada cosa concedida es parte de Su favor y misericordia con la humanidad en general. Si fuésemos conscientes de esto, nadie actuaría de manera ingrata y perversa frente a su Creador, desconociendo que la riqueza poseída fue concedida por El. Lo único que debemos hacer es sentirnos agradecidos y demostrarlo por medio de un proceder correcto frente a nuestro Señor. Por cierto, esta es la forma más honrosa de exhibir el agradecimiento a Dios. Por otra parte, Coré y los que aspiraban a ser como él, se dieron cuenta de las malas acciones en las que estaban comprometidos cuando el desastre cayó sobre ellos. Si después de recibir una advertencia así, la gente persiste en su rebelión contra Dios, está totalmente perdida. ¡Inevitablemente terminarán en el Infierno, donde permanecerán para siempre!
¡Sabed que la vida de acá es juego, distracción y ornato, rivalidad en jactancia, afán de más hacienda, de más hijos! Es (esta vida) como un chaparrón: la vegetación resultante alegra a los sembradores, pero luego se marchita y ves que amarillea; luego, se convierte en paja seca. En la otra vida habrá castigo severo o perdón y satisfacción de Dios, mientras que la vida de acá no es más que falaz disfrute. (Corán, 57:20)

Las Debilidades Del Ser Humano

Las Debilidades Del Ser Humano

Dios creó al ser humano en la mejor condición y lo equipó con características eminentes. Su superioridad sobre las demás criaturas ―manifestada en su capacidad intelectual y de comprensión y en su disposición para aprender y desarrollar culturas― es incuestionable.
¿Ha pensado alguna vez por qué a pesar de esa superioridad posee un cuerpo frágil, siempre vulnerable a amenazas internas y externas? ¿Por qué está expuesto a los ataques de microbios y bacterias, los cuales son tan diminutos que no se los puede ver a simple vista? ¿Por qué tiene que invertir parte del día en su aseo? ¿Por qué necesita cuidar su organismo? ¿Por qué envejece con el transcurso del tiempo?
La gente asume que todo eso se trata de fenómenos naturales. No obstante, la necesidad de cuidarse sirve a un propósito especial. Cada cosa que el ser humano requiere es especialmente creada. El versículo en el que se dice el hombre es débil por naturaleza (Corán, 4:28) es la expresión manifiesta de ello.
Las infinitas necesidades del ser humano son creadas con un propósito: hacerle comprender que es siervo de Dios y que este mundo es una residencia temporaria.
Nadie decide en lo más mínimo el momento y lugar donde nacerá y donde morirá. Además, son vanos todos los esfuerzos que haga para evitar los efectos negativos que le aquejan.
El ser humano tiene, en realidad, una naturaleza frágil que requiere de mucha atención. Prácticamente está desprotegido frente a incidentes abruptos imprevistos. Del mismo modo, está expuesto a enfermedades impredecibles, ya sea que viva en medio de una sociedad muy desarrollada o en una remota aldea de la montaña. En cualquier momento puede desarrollar una enfermedad incurable y fatal o sufrir un daño que le afecte la fortaleza corporal y el encanto personal de modo irreparable. Esto vale para todos, sin que influya en ello el nivel social, la jerarquía, la raza, etc. Tanto la persona famosa aclamada por millones de individuos como el simple ovejero, pueden ver su vida completamente alterada debido a un incidente inesperado.
El cuerpo humano es un organismo débil, de huesos y carne, que pesa unos 70 – 80 kilos. Lo protege una delicada piel que, sin duda, puede dañarse fácilmente. Si se la expone demasiado al sol o al viento se seca, cuartea o enferma. Para evitar perjuicios siempre debemos protegernos de ciertos efectos ambientales del lugar en que vivimos.
Aunque estamos equipados con maravillosos sistemas orgánicos, sus constituyentes ―carne, músculos, huesos, nervios, grasa― son proclives al deterioro. Si dichos elementos fuesen distintos, de modo tal que no les afectaran los cuerpos extraños como los microbios o las bacterias, no nos enfermaríamos. Pero la carne es la “sustancia” más frágil: se descompone e incluso se llena de gusanos cuando queda a la temperatura ambiente durante cierto tiempo.
Como una constante señal de Dios, a menudo percibimos las necesidades fundamentales del cuerpo. Expuestos al tiempo frío, por ejemplo, ponemos en riesgo la salud y el sistema inmune “colapsa” gradualmente. Si el organismo no mantiene una temperatura constante de 37°C, la salud decae.1 El corazón ejecuta menos latidos por minuto, los vasos sanguíneos se contraen y la presión arterial aumenta. El cuerpo empieza a temblar para volverse a calentar. Una temperatura corporal por debajo de los 35°C, acompañada por un ritmo de pulso disminuido y la contracción de los vasos sanguíneos en piernas, brazos y dedos, señala una amenaza a la vida.2 La persona con 35°C sufre de una seria desorientación y adormecimiento constante, a la vez que disminuye la función mental. Una leve disminución de la temperatura corporal puede acarrear esas consecuencias. Pero la temperatura por debajo de los 33°C provoca la pérdida de la conciencia. Si desciende a 24°C ya falla la función respiratoria. El cerebro queda dañado por debajo de los 20°C y finalmente el corazón se detiene a los 19°C, lo que provoca la muerte.
Este es sólo uno de los ejemplos que trataremos en las páginas que vienen. El propósito de los mismos es subrayar que el ser humano siempre fracasa en su búsqueda de una vida satisfactoria debido a los factores que ponen en peligro su existencia. Se quiere recordar al lector que debería evitarse una ligazón absoluta con la vida y correr todo el tiempo detrás de fantasías inalcanzables. Por el contrario, habría que recordar siempre a Dios, la vida real y el otro mundo.
El ser humano tiene la promesa de un Paraíso eterno. Como los lectores tendrán la oportunidad de ver en este escrito, el Paraíso es un lugar de perfección. Allí el ser humano se verá totalmente libre de las debilidades e imperfecciones que existen en la Tierra. Todas las bendiciones de Dios las tendrá absolutamente a su alcance. Por otra parte, en ese lugar tan bello no existe la fatiga, la sed, el hambre, la debilidad y el perjuicio.
El propósito de este libro es ayudar a los lectores a reflexionar sobre su verdadera naturaleza y en consecuencia a percibir mejor la superioridad infinita del Creador. También quiere cooperar en la comprensión de que el ser humano necesita la guía de Dios, algo muy importante para todos nosotros. Dios nos habla de eso:
¡Hombres! Sois vosotros, los necesitados de Dios, mientras que Dios es Quien Se basta a Sí mismo, el Digno de Alabanza.(Corán, 35:15)

Necesidades Corporales

El ser humano está expuesto a muchos riesgos físicos. Mantener limpio el medio en el que nos movemos y cuidarnos a conciencia, son cosas de las que debemos ocuparnos toda la vida con el objeto de minimizar los problemas de salud. Y es notable la cantidad de tiempo que se invierte en eso. Existen bastantes mediciones sobre las horas que empleamos en afeitarnos, bañarnos, arreglarnos el cabello, la piel, las manos, etc. Los resultados son sorprendentes porque revelan que es una cantidad grande de horas que se dedica a esas tareas.
En el curso de nuestras vidas nos encontramos con muchas personas. En el hogar, en la oficina, en la calle, en los paseos de compras, las vemos vestidas elegantemente y de la mejor manera: arregladas, limpias, con buena apariencia. Pero ese acicalamiento requiere tiempo y esfuerzo.
Desde el momento en que nos despertamos a la mañana hasta que nos vamos a dormir a la noche, estamos envueltos en una rutina permanente para mantenernos aseados y sanos. Al primer lugar que nos dirigimos al levantarnos es al toilette, porque la proliferación de bacterias en la boca nos produce un aliento desagradable y entonces debemos cepillarnos los dientes. Sin embargo, empezar el nuevo día no se limita esencialmente a eso ni a lavarse la cara y las manos. En el transcurso del día el cabello se engrasa y el cuerpo se ensucia. A la noche, en medio de un sueño, podríamos sudar sin parar. Entonces la única manera de asearnos es bañándonos. Sería desagradable ir a trabajar con el cuerpo transpirado excesivamente.
La sorprendente variedad de productos que existen para la limpieza personal indican el cuidado permanente al que hay que atender. Además del agua y el jabón, necesitamos shampoo, crema de enjuague, crema dental, cepillo de dientes, hilo dental, hisopos, talco, cremas faciales, lociones, etc. Son cientos más los productos preparados por los laboratorios a ese efecto.
De la misma manera, también se invierte una considerable cantidad de tiempo para limpiar la ropa, la casa y el entorno hogareño. Por supuesto, es imposible estar limpio en un sitio sucio.
En resumen, cierta parte de la vida se va solamente en la necesaria atención al cuerpo. Además, para ello requerimos una amplia gama de productos químicos. Entonces, por lo que vemos, Dios creó al ser humano con muchas debilidades pero le proveyó de los medios para vivir en condiciones adecuadas. Por otra parte, estamos dotados con la suficiente inteligencia como para encontrar la mejor manera de cubrir nuestras “debilidades”. Si rechazamos los recursos que disponemos para mantenernos limpios y agradables, en poco tiempo empezaremos a ser repulsivos.
Pero no podemos permanecer higienizados mucho tiempo. A las pocas horas de habernos aseados ya vamos perdiendo esa condición. Necesitamos bañarnos por lo menos una vez por día y cepillarnos los dientes regularmente. Una mujer que se pasa horas arreglándose frente al espejo, se levanta al otro día sin ningún rastro del embellecimiento al que se dedicó. Además, si no se limpia el rostro de los distintos productos usados, puede verlo incluso peor debido a los cosméticos empleados. El hombre que se afeita debe hacerlo cada mañana.
Es importante comprender que todas estas necesidades son creadas con un propósito específico. Un ejemplo lo explicitará. Cuando se eleva la temperatura corporal, la transpiración que se produce hace aparecer un olor molesto. Se trata de un proceso inevitable para cualquiera que viva en este mundo. ¡Sin embargo esto no es siempre así con lo viviente! Las plantas nunca sudan. Una rosa nunca huele mal. Aunque crezca en un suelo sucio y se la abone con estiércol, posee una fragancia delicada. ¡Ni hace falta decir que para ello no necesita aseo alguno! Pero el ser humano, independientemente de los cosméticos que use, es difícil que logre esa fragancia de tanta duración.
Al igual que la higiene, la nutrición también es esencial para nuestra salud. Nuestro organismo funciona con un delicado equilibrio entre proteínas, carbohidratos, azúcares, vitaminas y minerales esenciales. De romperse el mismo, se presentarían serios inconvenientes en el funcionamiento de los sistemas corporales: el sistema inmune pierde su capacidad protectora en tanto que el organismo se debilita y queda expuesto a las enfermedades. En consecuencia, a la nutrición hay que prestarle la misma atención que a la higiene.
Otro requisito esencialísimo es, por supuesto, el agua. Se puede sobrevivir por un cierto tiempo, pero la falta de agua por pocos días tendrá consecuencias fatales. Todas las funciones químicas del organismo se cumplen con la ayuda del agua: sin ésta no hay vida.
Hemos mencionado algunas de las cosas que afectan a nuestros cuerpos. Pero queda un interrogante: ¿somos concientes de que las afecciones que sufrimos se deben a deficiencias o falencias de nuestros cuerpos? Además, ¿pensamos que son “naturales” porque las poseemos todos los seres humanos? Debemos tener en cuenta que Dios pudo habernos creado sin esas deficiencias, como a una rosa. Es decir, podríamos mantenernos limpios y con una buena fragancia igual que esa flor. Todo esto nos conduce, eventualmente, al discernimiento para aclarar las ideas y tener plena conciencia de lo que somos. Si reconocemos ante Dios nuestra debilidad, deberíamos comprender porqué somos creados y llevar una vida honorable como siervos de El.

Quince Años Sin “Conciencia”

Todos pasamos alguna parte del día durmiendo. Independientemente del esfuerzo que hagamos, siempre dormimos varias horas. El ser humano sólo se mantiene despierto unas 18 horas por día. El resto de cada jornada lo transcurre en un estado de inconciencia completa. Teniendo en cuenta esto, nos encontramos con una situación sorprendente: de 70 años de vida, una cuarta parte (es decir, 15 años) transcurrimos en total inconciencia.
¿Podríamos dejar de dormir? ¿Qué sucedería si nos propusiésemos “no dormir”?
Antes que nada, los ojos se pondrían rojos y la piel pálida. Si el período en vigilia se prolongara, perderíamos la conciencia.
La fase inicial del no dormir es la incapacidad para concentrar la atención y el cerrar los ojos aunque no querramos. Es un proceso inevitable que lo sufre cualquiera, lindo o feo, rico o pobre.
De la misma manera que cuando se muere, el cuerpo va dejando de ser sensible al mundo exterior y no responde a ningún estímulo antes de caer dormido. Los sentidos que hasta hacía poco estaban excepcionalmente atentos, empiezan a perder esa cualidad. Las percepciones se alteran. El cuerpo reduce todas las funciones al mínimo, lo que conduce a la desorientación respecto al tiempo y lugar y se lentifican los movimientos corporales. De alguna manera se trata de una forma distinta de muerte, a la que se la define como el estado en que el alma abandona el cuerpo. En verdad, mientras dormimos y yacemos en la cama “vivimos” experiencias espirituales en lugares totalmente distintos al del cuerpo. En el sueño nos podemos observar en una playa en un día caluroso, totalmente inconscientes de que estamos durmiendo en una cama. Cuando morimos ocurre algo semejante: el alma se separa del cuerpo, al que usa sólo en este mundo, y se marcha a otro mundo con un “cuerpo” nuevo. Por esta razón Dios nos recuerda en el Corán ―la única revelación auténtica que guía al ser humano al sendero recto― una y otra vez la similitud entre el sueño y la muerte:
El es quien os llama de noche (es decir, Dios llama al alma durante el sueño) y sabe lo que habéis hecho durante el día. Luego, os despierta en él. Esto es así para que se cumpla un plazo fijo (es decir, el plazo de vida). Luego (al morir), volveréis a El y os informará de lo que hacíais (en la tierra). (Corán, 6:60)
Dios llama a las almas cuando mueren y cuando, sin haber muerto duermen. Retiene aquéllas cuya muerte ha decretado y remite las otras a un plazo fijo. Ciertamente, hay en ello signos para gente que reflexiona. (Corán, 39:42)
Nos pasamos un tercio de la vida durmiendo, totalmente privados de los sentidos, es decir, “en una muerte pasajera”. No obstante, nunca nos damos cuenta que dejamos atrás todo lo que parecía importante: grandes sumas de dinero perdidas por diversos motivos o serios problemas personales. Es decir, todo lo que parece ser de importancia crucial durante el día, desaparece al dormirnos. Esto significa, simplemente, que se corta toda relación con el mundo.
Los ejemplos presentados hasta ahora brindan una clara idea de lo reducido del tiempo de vida consciente y la gran cantidad que se invierte en las tareas rutinarias “obligatorias”. Cuando el que se emplea en éstas se resta del total, percibimos lo escasos que son los momentos que quedan para los denominados “goces de la vida”. En retrospectiva, nos sentimos asombrados de la gran cantidad de horas dedicadas a la nutrición, al cuidado del cuerpo, al dormir o al trabajo para lograr mejores condiciones de subsistencia.
Indudablemente, vale la pena tener en cuenta cuánto tiempo gastamos en las tareas rutinarias necesarias para la supervivencia. Como dijimos al principio, para dormir se invierte por lo menos de 15 a 20 años de unos 70 vividos. Si a ello agregamos que el período de la infancia es un estado de casi inconciencia que abarca los primeros 5 ó 10 años, la persona de unos 70 años habrá pasado casi la mitad de la vida inconsciente. Respecto a la otra parte, disponemos de muchas estadísticas para saber cómo la empleamos. Allí se anotan las horas que invertimos en preparar las comidas, en comer, en asearnos, en demoras debido a problemas en el tránsito, etc. En conclusión, lo que queda de vida “real” es sólo de 3 a 5 años. ¿Qué importancia tiene una vida tan corta frente a la vida eterna?
Corresponde señalar aquí el inmenso abismo que separa a las personas de fe de las incrédulas. Estas creen que la única vida es la de esta Tierra y luchan al máximo por los beneficios mundanales. Pero se trata de un esfuerzo inútil: este mundo es de corta duración y están acosadas por distintas “debilidades”. Por otra parte, puesto que el incrédulo no cree en Dios, lleva una vida incómoda, cargada de preocupaciones y temores.
En cambio, quienes tienen fe, emplean cada instante en cualquier circunstancia (es decir, frente a problemas de todo tipo, al comer, al beber, al pararse, al sentarse, al buscar los medios de subsistencia) en el recuerdo de Dios. Se dedican sólo a obtener el agrado de Dios y transcurren las horas en paz, alejados completamente de las tristezas y temores mundanales. En definitiva obtienen el Paraíso, un lugar de felicidad eterna. En un versículo se habla sobre el propósito último de la vida:
A los que temieron a Dios se les dirá: “¿Qué ha revelado vuestro Señor?”. Dirán: “Un bien”. Quienes obren bien tendrán en la vida de acá una bella recompensa, pero la Morada de la otra vida será mejor aún. ¡Qué agradable será la Morada de los que hayan venerado a Dios! Entrarán en los jardines del edén, por cuyos bajos fluyen arroyos. Tendrán en ellos lo que deseen. Así retribuye Dios a quienes Le veneran, (Corán, 16:30-31)

Las Enfermedades y los Accidentes

Las enfermedades también recuerdan al ser humano lo propenso que es a las deficiencias. El cuerpo, muy protegido contra todo tipo de amenazas externas, se ve seriamente afectado por simples agentes invisibles a simple vista llamados virus, los cuales producen enfermedades. Esto parece absurdo porque Dios nos equipó con mecanismos de defensa muy completos, especialmente el sistema inmune, que podría ser descrito como “el ejército victorioso” sobre sus enemigos. Sin embargo, a pesar de ello, nos enfermamos bastante de seguido. Casi no meditamos en el hecho de que si estamos equipados con sistemas de defensa excelentes, Dios no debería permitir nunca que los agentes patológicos provoquen enfermedades. Los virus, microbios o bacterias nunca tendrían que afectarnos el cuerpo o, simplemente, no tendrían que haber existido. Pero vemos que esto no es así. Por ejemplo, un virus cualquiera entra al organismo por una leve herida en la piel y en poco tiempo se desparrama por todas partes, afectando órganos vitales. A pesar de los avances tecnológicos, el común virus de la gripe se convierte en una amenaza mortal para gran cantidad de personas. La historia nos relata casos en que el mismo incluso ha llegado a modificar la estructura demográfica de distintos países. Por ejemplo, en 1918 murieron 25 millones de individuos debido a la gripe. En Alemania, una epidemia se llevó 30 mil vidas en 1995, y se transformó en el peor desastre de ese tipo.
Hoy en día persiste el peligro: un virus puede introducirse en cualquiera y transformarse en una amenaza de muerte, o una rara enfermedad puede reaparecer después de haber estado dormida durante unos 20 años. Aceptar todos estos incidentes como acontecimientos naturales y no reflexionar sobre ellos, sería un error muy serio. Es Dios quien, con un propósito especial, hace que la gente se enferme. Los arrogantes pueden tener la oportunidad de darse cuenta de cuán limitada es su soberbia. Además, es una manera de comprender la verdadera naturaleza de esta vida.
Los accidentes también representan serias amenazas para el ser humano. Todos los días los titulares de la prensa y grandes espacios en los noticieros radiales y televisivos nos hacen conocer accidentes de tráfico. No obstante y aunque ocurren casi permanentemente, casi nunca pensamos que nos puede tocar a nosotros ser víctimas de los mismos. Son miles los factores que pueden llevar nuestras vidas por un sendero distinto al que nosotros esperamos. Podemos perder el equilibrio y caer en medio de la calle. Una hemorragia en el cerebro o una pierna rota pueden ser la causa de esa caída. También se puede estar comiendo, ahogarse con una espina de pescado y morir. Aunque las causas pueden considerarse simples, todos los días miles de personas alrededor del mundo sufren accidentes como estos.
Esos hechos deberían hacernos comprender lo inútil que es la devoción a este mundo y llevarnos a sacar como conclusión que todo lo que se nos ha dado no es más que un favor pasajero para probarnos en esta vida. Resulta un enigma que el ser humano, incapaz de combatir un virus invisible, se atreva a mostrarse soberbio con su Creador Todopoderoso.
No cabe la menor duda de que es Dios Quien creó al ser humano y que es El Quien le protege frente a todos los peligros. En este sentido, los accidentes y las enfermedades nos muestran lo que somos. Independientemente de toda la fortaleza que supongamos tener, no podemos evitar que se produzcan desastres si Dios no dispone otra cosa. Es El Quien crea las enfermedades y otras situaciones de peligro para que recordemos que somos débiles.
Este mundo es un lugar de examen para el ser humano. Cada uno es responsable de intentar obtener Su agrado. Al final de la evaluación, quienes comprendan claramente que Dios es Uno, no Le adscriban socios y obedezcan Sus órdenes, residirán en el Paraíso para siempre. Pero quienes se mantengan arrogantes y prefieran este mundo y sus deseos, perderán la vida eterna de bendiciones y tranquilidad, pasarán a sufrir eternamente y nunca se verán libres de problemas, debilidades y congojas, tanto en este mundo como en el otro.

Las Consecuencias de las Enfermedades y de los Accidentes

Como dijimos antes, las enfermedades y los accidentes son los acontecimientos por medio de los cuales Dios prueba al ser humano. El creyente, cuando sufre alguno de ellos, enseguida se vuelve a su Señor, le ruega y busca refugio en El. Es conciente de que nadie, excepto el Todopoderoso, puede salvarle de los padecimientos. También sabe que se está poniendo a prueba su paciencia, devoción y confianza en Dios. En el Corán se alaba al profeta Abraham (P) por su actitud ejemplar. Su ruego sincero sirve de modelo y es repetido por todos los creyentes:
“… me da de comer y de beber, me cura cuando enfermo, me hará morir y, luego, me volverá a la vida,…” (Corán, 26:79-81)
El profeta Job (P), por otra parte, establece un buen ejemplo para todos los creyentes por medio de buscar la paciencia sólo en Dios cuando enfrentó una aguda enfermedad:
¡Y recuerda a nuestro siervo Job! Cuando invocó a su Señor: “El Demonio me ha infligido una pena y un castigo”. (Corán, 38:41)
Las distintas angustias hacen madurar a los creyentes y fortalecen la lealtad a su Creador. A eso se debe que cada sufrimiento sea una “suerte”. Por otra parte, los incrédulos entienden que todo tipo de accidentes y problemas de salud son una “desgracia”. Al no entender que todo ha sido creado con un propósito específico y que la paciencia exhibida durante los inconvenientes será premiada en el otro mundo, se sumen en la congoja. Las enfermedades y otras aflicciones perturban o desesperan a quienes rechazan la existencia de Dios y adoptan un punto de vista materialista, a la vez que hacen perder las “amistades” porque éstas entienden que ocuparse de ellos lleva a “meterse en problemas”. Se desvanece el “afecto” por quien ha brindado mucho amor y atención y ahora sufre contratiempos. Otra razón que lleva a la gente a cambiar su actitud con el amigo afectado en su salud, es que éste ha perdido su buen semblante o ciertas habilidades. Lo dicho es moneda corriente en las sociedades materialistas pues a cada uno se valora según sus capacidades físicas o lo que tiene para dar. En consecuencia, cuando el individuo es golpeado por algún defecto orgánico, se esfuma o disminuye el aprecio al mismo. Por ejemplo, el cónyuge o pariente cercano de una persona discapacitada, empieza a quejarse de inmediato de las dificultades que acarrean los cuidados de ésta, y lamenta a menudo la desgracia. Por lo general se argumenta que se es muy joven para hacerse cargo de una situación como ésa. Por supuesto, esto no es más que una excusa para evitar el debido cuidado al pariente con sus capacidades disminuidas. Otros le atienden por temor al “qué dirán” si no lo hacen: la sola posibilidad de rumores que criticarían sus conductas les impide desentenderse del familiar. Cuando se presentan situaciones como éstas, los días de felicidad y promesa de mutua lealtad son rápidamente reemplazados por sentimientos egoístas.
Cosas como las mencionadas no deberían sorprendernos en una sociedad donde los comportamientos elevados ―como la lealtad― sólo se exhiben cuando de ello se obtiene algún beneficio. No cabe ninguna duda de que es imposible esperar que en las sociedades con criterios materialistas bien establecidos, una persona sea fiel a otra sin recibir algún premio por ello. Más aún si son irreverentes con Dios. Nadie será sincero y honesto con otros a menos que sea recompensado por ello o que tema recibir un castigo si no lo hace. Ser honesto sin esperar nada a cambio, se considera algo propio del “idiota” en la sociedad materialista, puesto que no tendría sentido ser leal a alguien que, cuando se muera, dejará de existir para siempre. Para las mentalidades que creen que se vive poco tiempo y luego se desaparece resulta razonable ese criterio. Por eso les parece natural y lógico dedicarse a obtener el mejor confort y la mejor vida mundanal, dejando de lado otras cosas.
zoster,Bocio,Urticaria
zoster (herpes recidivante)                                                      Bocio                                                               Urticaria
Enfermedades como las de estas ilustraciones son a menudo pruebas de Dios. Se trata de oportunidades preciosas para que los creyentes exhiban su paciencia y su amor por Dios. Quienes se limiten a tener en cuenta sólo este mundo, difícilmente comprenderán la cuestión clave mencionada.
Pero la verdad es otra. Quienes confían en Dios, reconocen ante El sus debilidades y Le tienen un temor reverencial, consideran a otras personas de la manera que su Señor quiere. El rasgo más precioso de una persona es el comportamiento noble que surge de la cumplimentación de esas cualidades. Quienes consideran a Dios como se merece y exhiben la correspondiente perfección moral en este mundo, obtendrán la perfección en el otro, donde los defectos físicos pierden todo significado. Esta es la promesa de Dios a los creyentes y la razón básica que los lleva a ser afectuosos, respetuosos y considerados con los discapacitados, brindando un cariño permanente.
Es muy importante la gran diferencia entre creyentes e incrédulos en sus respectivas formas de pensar y conductas. Mientras los primeros eliminan de sus corazones la envidia y la cólera reemplazándolas por la tranquilidad de espíritu, los segundos se sienten desengañados, insatisfechos e infelices, y en consecuencia les embarga la angustia. Lo que a los incrédulos les parece un “castigo” ―según la sociedad materialista―, en realidad es una desgracia que Dios les hace gustar. Quienes opinan que no se tendrá en cuenta sus malas acciones ―crueldad, incredulidad y deslealtad―, el Día del Juicio se verán desconcertados al ver el dictamen que se libra respecto de ellos:
Que no piensen los infieles que el que les concedamos una prórroga supone un bien para ellos. El concedérsela es para que aumente su pecado. Tendrán un castigo humillante. (Corán, 3:178)

Los Ultimos Años de Vida

En nuestros cuerpos ―considerado lo más preciado para muchos― se observan los efectos destructivos del paso del tiempo, pues con el transcurso de los años sufren un proceso de desgaste irreversible. En el Corán se habla de esto:
Dios es Quien os creó débiles; luego, después de ser débiles, os fortaleció; luego, después de fortaleceros, os debilitó y os encaneció. Crea lo que El quiere. Es el Omnisciente, el Omnipotente. (Corán, 30:54)
Lo que más desdeñamos en nuestros planes para el futuro es nuestros últimos años de vida, excepto cuando se trata de obtener una buena pensión o jubilación. De todos modos, cuando sentimos muy cerca la muerte, vacilamos. Si alguien quiere hablar de la vejez, otros prefieren no tocar este tema “desagradable” y pasar la atención a otra cosa lo antes posible. La rutina de la vida diaria también es una buena manera de escapar a la reflexión sobre esa edad potencialmente lastimosa. Es así como se va posponiendo su tratamiento hasta que un día nos encontramos inevitablemente con la muerte. La principal razón para esa dilación permanente es creer siempre que “ya llegará el momento de tratar dicho tema”. En el Corán se describe este concepto erróneo que es muy común:
Les hemos permitido gozar de efímeros placeres, a ellos y a sus padres, hasta alcanzar una edad avanzada…(Corán, 21:44)
young_old
Dicha actitud de “esperar” conduce a menudo a una gran congoja porque, simplemente, independientemente de la edad que se tenga, lo único que realmente retenemos es recuerdos borrosos. Apenas nos acordamos de la juventud e incluso cuesta mucho rememorar con exactitud lo sucedido el decenio pasado. Una vez que experimentamos o logramos las cosas ―como las ambiciones juveniles, las decisiones consideradas trascendentes y los objetivos muy serios para nosotros― rápidamente les restamos importancia u olvidamos el impacto de lo logrado. Por eso es difícil relatar una “larga” historia de vida.
Seamos adolescentes o adultos, tendemos a tomar decisiones que consideramos de gran valor. Por ejemplo, si tenemos cuarenta años y esperamos vivir hasta los sesenta y cinco, lo cual nadie puede garantizar, los veinticinco años que restan van a transcurrir tan rápidamente como los ya vividos. Lo mismo vale para cualquier otra ecuación: siempre lo que quede de existencia pasará tan rápido o más que el período transcurrido. Seguramente este es un recordatorio perpetuo de la verdadera naturaleza de este mundo. Llegado el momento, todas las almas partirán de aquí y nunca volverán.
En consecuencia, el ser humano debería dejar de lado sus prejuicios y ser más realista respecto de la vida. El tiempo pasa muy rápidamente y cada día que transcurre nos acerca a la debilidad física o la aumenta y nos empeora otras situaciones en vez de proveernos de una juventud remozada o de más dinamismo. En resumen, nuestro envejecimiento es una manifestación de que somos incapaces de controlar el cuerpo, la vida y el destino. En la vejez se vuelven visibles en nuestros organismos los efectos adversos del paso del tiempo. Dios nos informa de ello:
Dios os ha creado y luego os llamará (a la hora de la muerte). A algunos de vosotros se les deja que alcancen una edad decrépita, para que, después de haber sabido, terminen no sabiendo nada. Dios es omnisciente, poderoso.(Corán, 16:70)
A la edad avanzada también se la llama, en medicina, la segunda infancia. De aquí que la gente mayor necesite el mismo tipo de atención que los niños, debido a que sus funciones mentales y corporales sufren ciertas alteraciones. Al envejecer reaparecen las características físicas y espirituales propias de los niños. Ya no se pueden realizar muchas tareas que requieren fortaleza muscular. Dificultades motoras, razonamiento disminuido, impedimentos de todo tipo, debilidad de la memoria y cambio en los comportamientos, son algunos de los síntomas de las enfermedades que se ven comúnmente en la vejez.
En resumen, después de cierto período se regresa al estado de dependencia infantil, tanto física como mentalmente.
La vida comienza y termina en un estado parecido y evidentemente no se trata de un proceso azaroso. Podríamos permanecer en un estado juvenil hasta morirnos. Pero Dios nos recuerda la naturaleza temporaria de este mundo por medio de hacer que se deteriore nuestra calidad de vida a través de diversas etapas. Ello nos indica claramente que la vida se nos escabulle. Dios lo explica en un versículo:
¡Hombres! Si dudáis de la resurrección, Nosotros os hemos creado de tierra; luego, de una gota (de esperma); luego, de un coágulo de sangre; luego, de un embrión formado o informe. Para aclararos. Depositamos en las matrices lo que queremos por un tiempo determinado; luego, os hacemos salir como criaturas para alcanzar, más tarde, la madurez. Algunos de vosotros mueren prematuramente; otros viven hasta alcanzar una edad decrépita, para que, después de haber sabido, terminen no sabiendo nada. Ves (dirigido a Muhammad) la tierra reseca, pero, cuando hacemos que el agua baje sobre ella, se agita, se hincha y hace brotar toda especie primorosa.(Corán, 22:5)

Problemas Físicos Relacionados con la Edad

Independientemente del dinero que poseamos o la salud de la que gocemos, en cualquier momento podemos enfrentarnos con incapacidades y otras complicaciones relacionadas con la edad. Describiremos algunas de ellas.
La piel, por cierto, es un factor importante que nos da una señal del estado de salud. También es un componente esencial de la belleza. Cuando nos sacan algo de piel, inevitablemente nos imaginamos con aprensión un cuadro perturbador. Ello se debe a que la epidermis, además de ser una capa protectora del cuerpo frente a los ataques desde el exterior, también provee suavidad y una buena estética. No cabe duda de que la piel, un tejido que envuelve el cuerpo y pesa 4,5 libras (alrededor de 2 kilos), cumple esas funciones importantes y es la que en gran medida brinda la belleza. Pero también es el órgano que más se ve alterado con el avance de la vejez.
young_old
(Arriba) Jeanne Calment, la mujer más anciana de Francia. Entre estas dos fotografías hay un siglo de diferencia.
Con el progreso de la edad, la piel pierde elasticidad y la estructura proteica que constituye sus capas más profundas se debilita y sensibiliza. Entonces aparecen en el rostro arrugas y líneas que angustian a muchas personas. El funcionamiento de las glándulas sebáceas decae y provoca una sequedad pronunciada de la piel. Al aumentar la permeabilidad de ésta el cuerpo queda más expuesto a las influencias externas. Como resultado de ese proceso la gente anciana sufre serios desórdenes en el sueño, heridas superficiales y una picazón llamada “comezón de la vejez”. También ocurren daños en las capas más profundas de la piel. La renovación del tejido epitelial ya no se realiza normalmente y el mecanismo que permite el intercambio de sustancias funciona en gran medida irregularmente, con lo que se condiciona la situación para la aparición de tumores.
edadedad
(Abajo) Todos experimentamos los cambios que vemos en estas fotos. El proceso de envejecimiento es una clara evidencia de que vivimos en un mundo pasajero. Nacemos, crecemos, nos hacemos adultos, envejecemos y morimos. Pero este proceso irreversible lo experimenta sólo el cuerpo, porque el alma es eterna.
Esta mujer tiene entre las manos una foto suya de cuando era joven.
También es de gran importancia para el cuerpo humano el vigor de los huesos. Por lo general a los ancianos les cuesta mucho mantener la postura erecta, contrariamente a lo que sucede con los jóvenes. Al caminar con una postura inclinada o encorvada se pierde altura y majestuosidad y se está comunicando que ya no se tiene la capacidad para controlar, aunque más no sea, el propio cuerpo. Asimismo se pierde “el talante y la buena presencia”, por así decirlo.
Los síntomas del envejecimiento no se limitan a los enunciados. Los gerontes son más proclives a perder la sensibilidad, al dejar de renovarse las células nerviosas después de cierto tiempo. Sufren de desorientación espacial al debilitarse los ojos en respuesta a la intensidad de la luz. Esto es muy importante puesto que significa una limitación de la visión: se pierde la nitidez de los colores, de la posición de los objetos y de sus dimensiones. Son todas situaciones de bastante dificultad.
El ser humano podría no haber experimentado nunca el desmoronamiento físico debido a la edad y, simplemente, ser más fuerte a medida que transcurren los años. Aunque ese no es un modelo de existencia vigente, el vivir más tiempo (en otras condiciones) nos habría ofrecido oportunidades no calculadas para una mejor adecuación personal y social. El paso del tiempo habría mejorado nuestra calidad de vida y la habría hecho cada vez más agradable. Pero el sistema establecido como bueno para la humanidad se basa en la declinación de la calidad de vida por envejecimiento. Esta es otra evidencia de la naturaleza temporaria de este mundo. Dios nos lo recuerda en el Corán una y otra vez y ordena a los creyentes meditar sobre ello:
La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24)
Después de un cierto período de vida durante el cual el individuo se considera fuerte física y mentalmente y cree que el mundo sólo es como a él se le ocurre, pasa de repente por un período en el que pierde muchas cosas de las que gozaba hasta ese momento. Este proceso es inevitable e irreversible. Sucede porque Dios creó nuestro mundo como un lugar en donde vivir sólo por determinado período y lo hizo imperfecto para que sirva como recordatorio del Más Allá.

Lecciones a Ser Extraídas de las Celebridades de Edad Avanzada

Es inevitable convertirse en viejo. Nadie, sin excepción, puede escapar a ello, a menos que se muera antes. Pero el ver envejecer a estrellas del ambiente artístico impresiona más, pues se trata de gente a las que se las observa bastante de seguido. Ser testigo del envejecimiento de gente conocida por su fama, riqueza y belleza, seguramente sirve de recordatorio de lo breve y superficial de esta vida.
Todos los días podemos ver cientos de ejemplos de ello. Una persona saludable, inteligente y famosa, símbolo en algún momento del éxito y de la belleza, aparece un día en los periódicos, revistas y TV con una discapacidad mental o física. Este es el fin casi inevitable de todos. Pero las celebridades que ocupan un lugar especial en el recuerdo y que al avanzar en su edad pierden su encanto, excitan las emociones más profundamente. En las páginas que siguen vemos fotografías de algunos artistas muy conocidos. Cada uno de ellos es la más clara evidencia de que más allá de lo bello y exitoso que se pueda ser, el fin inevitable del hombre es la vejez.

La Muerte del Ser Humano

La vida se va segundo a segundo. ¿Somos concientes de que cada día que transcurre nos acercamos más a la muerte o que ésta se acerca más a nosotros? Todo lo que se presenta en la tierra está destinado a morir: Cada uno gustará la muerte. Luego, seréis devueltos a Nosotros. (Corán, 29:57). Sin excepción, una a una mueren todas las cosas que nacen. Hoy día nos resulta difícil recordar los rasgos de quienes murieron. Quienes ahora estamos en el mundo y quienes vendrán, moriremos sin excepción, pero la gente tiende a ver la muerte como un incidente improbable (por lo menos en lo inmediato).
Brigitte Bardot, Marlon Brando, Katharine Hepburn
Brigitte BardotMarlon BrandoKatharine Hepburn
Fred Astaire, Charlie Chapline, Jane Russel
Fred AstaireCharlie ChaplineJane Russel
Kırk Douglas, Audrey Hepburn, Alain Delon
Kırk DouglasAudrey HepburnAlain Delon
Elisabeth Taylor, Tony Curtis, Lana Turner
Elisabeth TaylorTony CurtisLana Turner
Elisabeth Taylor, Tony Rita Hayworth, Frank Sinatra, Bette Davis
Rita HayworthFrank SinatraBette Davis
Angela Lansbury, Anita Ekberg, Robert Redford
Angela LansburyAnita EkbergRobert Redford
Pensemos en un bebé que recién ha abierto los ojos al mundo y en una persona que está a punto de fallecer. Ni uno ni otro tiene influencia sobre su nacimiento o muerte. Sólo Dios posee el poder para dar el soplo de vida o arrebatar la existencia.
Todos viviremos cierta cantidad de días y luego moriremos. Dios nos relata en el Corán la actitud comúnmente exhibida hacia la muerte:
Di: “La muerte, de la que huís, os saldrá al encuentro. Luego, se os devolverá al Conocedor de lo oculto y de lo patente y ya os informará El de lo que hacíais (en la tierra)”.(Corán, 62:8)
Por lo general la gente evita pensar en la muerte. En el transcurrir de todos los días nos ocupamos más que nada de en qué colegio o facultad nos anotaremos, en dónde vamos a trabajar, qué color de ropa nos ponemos a la mañana, qué cocinar para el almuerzo, etc. Consideramos a la vida un proceso rutinario de esas cuestiones, en cierta medida menores. Los intentos de hablar de la muerte siempre son interrumpidos por quienes se molestan con dicho tema. Asumir que la muerte llegará más temprano o más tarde es algo que resulta desagradable de tratar para la gran mayoría. No obstante se debería tener presente que nunca está garantizado vivir incluso una hora más. Todos los días somos testigos del fallecimiento de gente en nuestro entorno, pero pensamos poco o nada en el día en que otros serán testigos de nuestra muerte. ¡Suponemos que eso a nosotros no nos va a pasar!
No obstante, cuando nos llega la muerte, todas las “realidades” de la vida se esfuman. Nadie que recuerde “los bellos días pasados” permanece en este mundo para siempre. Pensemos en todo lo que somos capaces de hacer: cerrar los ojos, movernos, hablar, reír, etc., son todas funciones corporales. Ahora pensemos en el estado y la forma que asumirá nuestro cuerpo después de morir.
Desde el momento de su última exhalación no será más que un “montón de carne”. El cuerpo, silencioso e inmóvil, irá a la morgue, donde se lo acondicionará por última vez, de allí se lo llevará en un ataúd a la tumba y luego será cubierto por la tierra. Ahí termina la historia y sólo queda nuestro nombre tallado en una lápida.
Durante los primeros meses nuestras tumbas serán visitadas con frecuencia y con el paso del tiempo disminuirán las visitas. Decenios después, no nos recordará prácticamente nadie.
Dios es Quien os creó débiles; luego, después de ser débiles, os fortaleció; luego, después de fortaleceros, os debilitó y os encaneció. Crea lo que El quiere. Es el Omnisciente, el Omnipotente. (Corán, 30:54)
Por otra parte, nuestros familiares cercanos experimentarán otra faceta de la muerte. La habitación y cama que usamos estarán vacías. Luego del funeral, se darán a quienes necesiten, más o menos enseguida, las ropas y otras cosas que nos pertenecían. Nuestros nombres serán dados de baja o borrados en los registros públicos. Durante los primeros meses algunos nos llorarán, pero el paso del tiempo “normalizará” todo. Cuatro o cinco decenios después puede ser que sean muy pocas las personas que nos recuerden. Llegarán las nuevas generaciones, ya no existirá nadie de la nuestra y el recuerdo que pueda quedar de nosotros no nos valdrá de nada.
Mientras sucede todo lo indicado, quienes fueron enterrados sufren un rápido proceso de descomposición. Enseguida proliferan microbios e insectos. Los gases que liberan esos pequeños organismos hincharán el cadáver a partir del abdomen, alterando su forma y apariencia. En la boca y en la nariz aparece espuma sanguinolenta debido a la presión de los gases sobre el diafragma. Al avanzar la descomposición se desprenden los cabellos, las uñas, las plantas de los pies y las palmas de las manos. Esa alteración de la parte externa del cadáver va acompañada del mismo proceso en los órganos internos como pulmones, corazón e hígado. Mientras tanto, la escena más horrible sucede en el abdomen: la piel ya no puede soportar la presión de los gases, estalla repentinamente y se produce una emanación con un olor repugnante e insoportable. El proceso de desprendimiento de los músculos comienza en el cráneo. La piel y los tejidos blandos se desgarran completamente. El cerebro se descompone y se lo empieza a ver como arcilla. Dicho proceso avanza hasta que el cadáver queda reducido a un esqueleto.
No existe ninguna posibilidad de volver a la vida que se tuvo. Nunca más será posible reunirse alrededor de la mesa con los miembros de la familia, concurrir a reuniones o disponer de un buen trabajo.
En resumen, el “montón de carne y huesos” al que identificamos con un nombre, enfrenta un final absolutamente desagradable. Por otra parte, la persona ―o mejor dicho, su alma― dejará el cuerpo apenas fallezca y lo que sirve de recordatorio de la parte física ―el cadáver― se volverá parte del suelo.
Pero, ¿cuál es la razón para que suceda todo esto?
Si Dios hubiese querido, el cuerpo nunca se hubiese descompuesto así. Ello lleva, en realidad, un mensaje muy importante.
El tremendo fin que le espera a nuestra parte física debería hacernos reconocer que la misma no es nuestra persona en sí, sino que ésta es el alma “metida” allí. En otras palabras, el ser humano tiene que reconocer que posee una existencia exterior a su cuerpo. Además, debería comprender que lo que muere es su físico, aunque se adhiera a ello como si fuese a permanecer siempre en este mundo, que de todos modos es temporal. Esa parte a la que se le da tanta importancia se descompondrá y será comida por los gusanos hasta quedar reducida a un esqueleto. Y el día en que se inicie ese proceso puede estar muy cerca.
insanın ölümü
A) Inmediatamente después de morir, B) De la boca y de la nariz sale espuma sanguinolenta, C) Momentos antes de que empiece a desintegrarse el cadáver, D) Los ojos adquieren un color morado después de morir, E) Cuerpo quemado, F) Un cadáver consumido por los gusanos en la tumba.
Dondequiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aún si estáis en torres elevadas.  (Corán, 4:78)
A pesar de todas estas realidades, nuestro juicio nos lleva a no considerar o a desechar lo que no nos gusta o agrada. Incluso podemos llegar a negar la existencia de cosas a las que no queremos enfrentarnos. Y parece que esto se agudiza cuando de la muerte se trata. Sólo el funeral o el fallecimiento repentino de un familiar cercano nos hace ver la realidad. ¡Casi todos consideramos que la muerte aún está lejos y asumimos que otros, que mueren en un accidente o mientras duermen, son personas distintas a nosotros por lo que nunca atravesaremos dicha situación!
La gran mayoría de la gente piensa que es demasiado pronto para morir y que le quedan muchos años de vida.
Lo más probable es que quien muere camino al colegio o corriendo para ir a atender un negocio, comparta el mismo pensamiento. Probablemente nunca llegó a pensar que los periódicos del día siguiente publicarían la noticia de su fallecimiento. Incluso es posible que la mayoría de los que leen estas líneas no esperen fallecer apenas lo terminen de hacer o que nunca tengan en cuenta la posibilidad de que eso suceda. Quizás piensan que son muy jóvenes para irse de este mundo o que eso no sucederá porque aún tienen muchas cosas por hacer. Pero esos son subterfugios usados para no pensar en la muerte, aunque se traten de recursos vanos para escapar de la misma:
Di (tú, Muhammad): “No sacaréis nada con huir si es que pretendéis con ello no morir o que no os maten. De todas maneras, se os va a dejar gozar sólo por poco tiempo”.(Corán, 33:16)
El ser humano es creado solo, es decir, uno a uno, y debería ser consciente de que al morir también estará solo.
No obstante, mientras vive resulta casi un adicto a las posesiones, intentando tener cada vez más. Pero nadie se puede llevar a la tumba los bienes materiales y sacarles provecho. Quien sea, vino a este mundo como algo singular y parte de la misma manera, generalmente enterrado en un simple ropaje. Lo único que nos podemos llevar de aquí al morir es la creencia en Dios o la incredulidad.
TLW_Graveyard

NOTAS

1. A. Maton, J. Hopkins, S. Johnson, D. LaHart, M.Quon Warner, J.D. Wright, Human Biology and Health, Prentice Hall, New Jersey, p. 59 
2. J.A.C. Brown, Medical and Health Encyclopaedia, Remzi Publishing, Istanbul, p.250